Estudios antropológicos revelan cómo las ofrendas culinarias en el Día de Muertos representan un diálogo cultural entre la vida y la muerte, con profundas raíces históricas.
Cada noviembre, cuando el aroma del copal y las flores de cempasúchil impregnan el aire, millones de mexicanos preparan un banquete para sus seres queridos que han partido. El pan de muerto, el mole y las calabazas dulces no son solo comida, son símbolos de una tradición que convierte la muerte en una compañera de la vida.