“Hay derrotas que tienen más dignidad que una victoria.”
Jorge Luis Borges
“Dimito, luego existo.”
Anónimo político honesto (especie en peligro de extinción)
Ningún político es indispensable. Ninguno debería creerse intocable. Algunos —muy pocos— todavía conservan la decencia suficiente para reconocer que fallaron y dan un paso al costado. En España acaba de ocurrir algo que en México parece ciencia ficción: el presidente de la Generalitat Valenciana, Carlos Mazón, presentó su renuncia.
Tardó, sí, un año desde la tragedia provocada por la DANA —la depresión atmosférica que inundó el sur de Valencia y dejó más de 200 muertos—, pero al final lo hizo. Y -¡milagro!— lo hizo sin culpar a nadie más, sin buscar chivos expiatorios dieciocho años atrás, sin decir que “la culpa es del neoliberalismo” ni de “los de antes”. Mazón admitió: “Fue un fallo mío, no por mala fe ni por cálculo político. Sé que cometí errores y viviré con ellos toda mi vida”.
Un político que reconoce errores en público. Eso, en México, es casi tan raro como encontrar honestidad en los contratos del Tren Maya.
Los valencianos celebraron no porque la tragedia haya terminado —las pérdidas humanas no se reparan—, sino porque la sociedad civil logró algo que parecía imposible: hacer caer a un gobernante por su ineptitud. Sin incendiar edificios, sin romper cristales: con protestas constantes, con argumentos y memoria. Tardaron un año, pero lo lograron.
Y eso es, precisamente, una lección para Michoacán.
Allá, en Uruapan, el asesinato de Carlos Manzo, activista que denunció al crimen organizado, exhibe la misma descomposición institucional que llevó a Valencia al desastre. El gobernador Alfredo Ramírez Bedolla ha mostrado la misma incapacidad de Mazón, pero sin la humildad. No ha asumido su responsabilidad por la falta de seguridad ni ha pedido perdón por la omisión de su gobierno. En cambio, ha buscado culpables externos: Calderón, la “guerra contra el narco”, los conservadores, la lluvia o el karma.
Ya basta. Calderón dejó la presidencia hace trece años. ¿Hasta cuándo seguirán usando su sombra para justificar su mediocridad?
No, la violencia en Michoacán no empezó con la guerra contra el narco: ya existía, y hoy se tolera con complicidad. Quienes prometieron terminar con ella la alimentaron con omisiones y pactos tácitos. Si Mazón tuvo el valor de renunciar por una catástrofe natural, Bedolla debería hacerlo por una catástrofe moral.
Y no, no se trata de pedir intervención extranjera, sino de exigir cooperación internacional real. El propio Christopher Landau, subsecretario del Departamento de Estado de EU, lo dijo: México necesita una colaboración profunda para desmantelar el crimen organizado en ambos lados de la frontera. Esa es la línea fina —pero legítima— entre cooperación e intervención.
Sin embargo, el gobierno mexicano insiste en acusar de “traidores” a quienes exigen resultados o cooperación. Curioso: cuando López Obrador otorgó asilo a Dina Boluarte en Perú —considerada delincuente en su país—, eso sí fue una forma de intervención extranjera. Ahí no hablaron de soberanía ni de “no intromisión”.
Mazón se fue porque entendió que había fallado. Bedolla sigue —y no debiéramos que tener que esperar un año para que eso cambie— porque no entiende que ya falló.
Los valencianos demostraron que la indignación organizada rinde frutos, aunque tarde. Los michoacanos —y todos los mexicanos— debemos recordarlo.
No hay gobernante eterno, por más que se crea ungido. Y no hay tragedia que justifique la cobardía.
Giro de la Perinola
(1) No se pide una invasión ni se desea una intervención. Pero sí urge una presión social constante y pacífica, como la que logró la dimisión de Mazón. México no necesita mártires ni discursos huecos: necesita gobernantes capaces de asumir errores. Y si no los hay, ciudadanos capaces de obligarlos a hacerlo.
(2) “No hagas a otros lo que no quieres que te hagan a ti.” Recordatorio para Palacio Nacional.
Columna de Verónica Malo Guzmán en sdp noticias
Foto Especial