Tochimilco. A los pies del imponente Popocatépetl, donde el aire huele a tierra húmeda y copal, la comunidad indígena de La Magdalena Yancuitlalpan volvió a cumplir con una de sus tradiciones más antiguas y queridas: velar a sus muertos durante la noche del 2 de noviembre.
Desde las cinco de la tarde decenas de familias comenzaron a llegar al panteón local cargando flores de cempasúchil, velas y ofrendas. A medida que el sol se ocultaba detrás del volcán el camposanto se iluminó con cientos de luces titilantes que marcaban el camino de regreso de los difuntos, según la creencia local.
Entre oraciones, música y murmullos, los pobladores prácticamente despiden a sus seres queridos quienes, afirman, regresan cada año para convivir un momento más con los vivos. “Es nuestra manera de agradecerles y no olvidarlos”, comenta doña Luisa Hernández, vecina de la comunidad mientras acomoda pan, fruta y mole sobre la tumba de su esposo.
El ambiente combina lo sagrado y lo festivo. Los más pequeños, algunos disfrazados de calaquitas, recorren el propio panteón para pedir su calaverita, manteniendo viva una costumbre que mezcla el respeto por los muertos con la alegría de la infancia.
Durante la noche el sonido del Popocatépetl se escuchó a lo lejos, como un acompañante eterno de la comunidad que vive bajo su sombra. Para los habitantes de Yancuitlalpan, esa presencia es parte del ciclo de la vida y la muerte.
Así La Magdalena Yancuitlalpan reafirma su identidad indígena y su vínculo con la tierra y los antepasados demostrando que, pese al paso del tiempo, sus tradiciones siguen firmes, resistiendo entre la fe, la memoria y el amor por quienes partieron.
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Foto: Cortesía
CDCH