El jueves pasado, la SHCP presentó su Informe correspondiente al tercer trimestre del año. La fotografía que ofrece luce, a primera vista, ordenada.
Hacienda presume un déficit por debajo de lo calendarizado, un superávit primario y una deuda que se mantiene en niveles moderados. Pero basta asomarse ‘al reverso de la fotografía’ para ver que hay tensión: el costo financiero sigue al alza y Pemex se ha convertido en un gran condicionante de la política fiscal.
Los datos son claros. En el lapso enero-septiembre, el balance presupuestario acumuló un déficit de 786 mil millones de pesos, menor al programado, y el balance primario registró un superávit de 174 mil millones.
La deuda pública en su acepción más amplia (SHRFSP) se ubica en 49.9% del PIB, todavía en zona manejable. El motor de esta “aparente tranquilidad” fue la recaudación: los ingresos tributarios crecieron 7.0% real anual; el ISR en 6.1% y el IVA en 6.5%, con un empuje notorio de la vigilancia aduanera y del consumo. En contraste, los ingresos petroleros cayeron -16.9% real por una plataforma más baja y ventas internas débiles.
En el caso de Pemex, en septiembre el gobierno inyectó 254 mil millones de pesos para recomprar deuda y atender vencimientos. Contablemente, la operación no pegó al balance ni al déficit; en la práctica, sí redefinió prioridades y absorbió capacidad de maniobra.
Es cierto que la mejora de la calificación para la petrolera ayuda. Pero el mensaje estratégico es otro: sin ajustes estructurales, Pemex seguirá demandando recursos extraordinarios y condicionando el ritmo de la consolidación fiscal.
Hay más señales de tensión. El gasto programable cayó -6.0% real en el periodo, y la inversión física se contrajo -32.5%, en parte por una base comparativa alta de 2024.
Recortar inversión pública para cuadrar el corto plazo es un alivio contable con costo en crecimiento potencial. Al mismo tiempo, el costo financiero subió 8.6% real: aun con la preferencia por deuda interna a tasa fija y largo plazo, la herencia de tasas altas y un tipo de cambio promedio mayor encarecen el servicio de la deuda.
¿Cuáles son, entonces, los principales retos?
Primero, blindar la base recaudatoria sin asfixiar actividad. La buena racha del ISR y del IVA descansa en empleo formal, masa salarial y controles aduaneros. Sin reforma tributaria de fondo, sostener crecimientos reales de 6–7% cada año luce cuesta arriba si la economía se enfría. Mantener eficiencia recaudatoria y ampliar bases, especialmente en la economía digital y el comercio transfronterizo de bajo valor, serán clave para que la recaudación siga creciendo.
Segundo, contener el costo financiero. Con la razón deuda/PIB estable, el riesgo no es de solvencia sino de flujo: más pesos al servicio de la deuda significan menos pesos a inversión y programas. La gestión activa (canjes, alargamiento de plazos, preferencia por tasa fija) ayuda, pero si el crecimiento potencial no repunta, el presupuesto quedará cada año más rígido.
Tercero, redefinir la estrategia con Pemex. La capitalización extraordinaria permitió ganar tiempo, no resolver el problema. Sin una ruta creíble de producción rentable, desinversión en activos no estratégicos y un marco que atraiga capital privado donde sea posible, el erario seguirá actuando como “reaseguro” permanente. Eso erosiona la credibilidad de la consolidación fiscal.
Cuarto, reconstruir la inversión pública. Si la apuesta es crecimiento con estabilidad, no basta con que el consumo sostenga la recaudación. El retroceso de la inversión física pública —marcado en el Informe— limita el arrastre al resto de la economía y reduce productividad futura. La clave es priorizar proyectos con retornos medibles y reglas de ejecución que impidan subejercicios o recortes de última hora.
El saldo de lo que llevamos del 2025 puede contarse como éxito de disciplina: metas cumplidas, deuda estable y recaudación robusta. Pero el “éxito silencioso” tiene pies de barro si no se enfrentan al menos tres frentes: Pemex, costo financiero e inversión. El peso de la deuda hoy se ve muy manejable; el dilema es si seguirá ahí cuando el viento a favor de la recaudación amaine.
La política fiscal mexicana ya demostró que sabe navegar; lo que falta es aligerar el ancla que hoy se llama Pemex.
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Columna Coordenadas de Enrique Quintana en El Financiero
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