En la 9 Poniente y esquina de la 3 sur hay una casona antigua que tiene a un guardián muy peculiar, se trata de un perro que desde las alturas vigila a todo el que pasa por el Centro de Puebla.
Además de ser una construcción que tiene años de existir, encierra una de las leyendas más emblemáticas de la ciudad.
De acuerdo con el escritor José Orestes Magaña, en su libro “13 Casas y Lugares Malditos”, la familia de Don Juan Illescas llegó a Puebla durante la Santa Inquisición. Esta familia, que se dedicaba al comercio de esclavos en España, buscaba un nuevo lugar para vivir.
Les comentaron que las monjas del convento de Santa Inés podrían tener algún inmueble en renta. Fue entonces como llegaron a una casa, que al interior tenía dos niveles que estaban coronados por la estatua de un perro que causaba el interés de todos los que pasaban por ahí.
El patriarca, Don Juan era un comerciante reconocido entre la población de esa época, hasta que un día descubrieron que en realidad era un judío encubierto y que había mentido sobre sus verdaderos orígenes, por lo que fue arrestado por el inquisidor local y llevado a un calabozo como castigo.
Se dice que la noche del arresto, el hombre tuvo una pesadilla en donde vio unos enormes ojos rojos que le seguían hasta su habitación, entonces despertó y vio a un perro mastín parado en la puerta de su cuarto.
El animal le insistió al hombre que lo siguiera y después de recorrer varios pasillos de la casa, lo llevó hasta una pared de donde salía un rayo de luz.
Comenzó a excavar el muro hasta que encontró el cadáver de un perro, que tenía una leyenda que decía: “Al único amigo que tuve” y debajo de él había un enorme cofre lleno de monedas de oro.
Después de ese hallazgo, esa misma noche, Juan Illescas desapareció de la cárcel en la que estaba preso y después nunca se volvió a saber nada de esta familia.
También se dice que antes de que la familia llegara, la casa le perteneció a uno de los conquistadores españoles que dominó Tepeaca, ya que durante la rebelión los españoles utilizaban a perros feroces para atacar a los indios en sus partes nobles.
Se decía que el “aperramiento” de nativos había sido una de las diversiones favoritas de este conquistador y que, por ello, había colocado esa peculiar figura.
Otros aseguraban que la estatua era hueca y que el propietario de la casa había encontrado un tesoro y por eso no había quitado al perro. Cabe resaltar que, durante el temblor del 19 de septiembre de 2017, la mística imagen del perro se cayó, pero tras una colecta, los vecinos adquirieron un nuevo can de barro y lo colocaron anclándolo con varillas.
La casona está ubicada en la esquina de la 3 Sur y avenida 9 Poniente, en el Barrio de Santa Inés de la ciudad de Puebla, en la parte de abajo hay varios comercios y hasta la fecha, los vecinos aseguran que, por las noches, se escucha al perro aullar.
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Foto Archivo
LMR