México.- Entre risas, zapateados y jaranas, un grupo de mujeres se reunió en el Centro Cultural Universitario Tlatelolco (CCUT) de la UNAM para compartir la herencia viva del son jarocho y tejer en sus acordes versos con perspectiva feminista. Durante cinco sábados, el lugar se llenó de alegría y voces que cantaban sobre lo que les movía y daba esperanza.
Se trata del Taller de Versada para el Son Jarocho con Perspectiva Feminista, impulsado por los Laboratorios de Paz del CCUT, en colaboración con la Colectiva Son Jarocho Feminista.
Martha Sirenia Nava Benítez, estudiante de Historia y asesora de pensiones, se enteró de esta iniciativa por redes sociales. A pesar de vivir lejos, casi en Xochimilco, decidió inscribirse atraída por la oportunidad de unir escritura y música. “Me llamó mucho la atención. Me gusta escribir y pensé que sería una buena forma de expresarme”.
En las sesiones encontró algo más: un espacio seguro y afectivo. “Me siento arropada por las compañeras, en confianza para decir lo que me alegra o acongoja. He aprendido que puedo escribir versos, cantarlos y que tengo derecho a expresarme”, dice Martha Sirenia, quien también participa en un grupo musical al sur de la ciudad.
La voz, una forma de protesta
La experiencia ha sido transformadora. De sentirse apenada por pararse ante un público, pasó a interpretar versos propios en fandangos. “Nos enseñan que no sólo los hombres pueden cantar a las mujeres, sino que nosotras podemos cantarles a ellos y a nosotras mismas. La voz se vuelve una forma de protesta, de afirmación, de decir que aquí estamos”.
Yalentay Rodríguez Rivera, persona no binaria y estudiante de la maestría en Estudios de Género en la UNAM, vio en el taller una extensión viva de su investigación académica. “Estoy haciendo mi tesis sobre las dinámicas de género en el son jarocho y cómo afectan a las mujeres y a las disidencias. Este taller llegó como un milagro”, aseveró.
Herramienta de resistencia
Criade en los fandangos de Xalapa desde los siete años, Rodríguez conoce el son desde dentro, pero también sus límites. “Esta música suele estar dominada por hombres. Las disidencias estamos invisibilizadas. Aquí analizamos nuestras experiencias, lo que nos ha dolido, lo que queremos cambiar, y desde ahí escribimos nuestras coplas”.
Lo que más le ha sorprendido es la potencia colectiva que se ha formado en este lugar. Escuchar los versos de sus compañeras fue enriquecedor. “Este taller me ha impulsado a crear mi propio contenido y me ha dado herramientas para transformar, desde adentro, el mundo del son”.
“Antes no me animaba, ahora canto lo que escribo y sé lo que digo”, comentó Martha Sirenia. Yalentay lo complementa desde su análisis crítico: “La tradición se puede transformar. Lo importante es hacerlo desde la diversidad”.
Para María Fernanda Sánchez, tallerista de la Unidad de Vinculación Artística del CCUT, históricamente el son jarocho ha sido una herramienta de resistencia cultural; pero como pasa con muchas expresiones culturales, ha estado marcado por una visión patriarcal, pues en muchos de sus versos las mujeres son retratadas desde una mirada masculina.
El taller ha servido como catalizador para que las participantes se reconozcan entre sí, construyan redes y se sientan legitimadas en su derecho a transformar el arte que aman. “Aquí hablamos de placer, aborto, trabajo, sexualidad. Todo lo llevamos a los versos y así la música se convierte en un puente de diálogo con el mundo”, indicó.
Las participantes del taller se apropiaron de la palabra para contar sus historias, lo cual, dijeron, no es borrar la herencia sino dinamizarla. Las tradiciones están vivas porque las hacen los seres humanos y deben cambiar si se desea que más personas se sientan parte de ellas.
Además, esta experiencia ha sido formativa, política y emocional, y ha abierto un espacio donde las mujeres y disidencias son escuchadas y crean activamente nuevas narrativas desde sus propias voces.
En un país donde a menudo la cultura ha sido instrumento de exclusión, estos talleres han demostrado que el arte popular puede ser uno de los mejores aliados de las luchas contemporáneas, porque cantar también es resistir y, cuando se hace en colectivo, las voces resuenan más fuerte.
Construcción de lazos sociales
La semilla del Taller de Versada para el Son Jarocho con Perspectiva Feminista germinó en tierra fértil, pues los Laboratorios de Paz del CCUT son una iniciativa que explora cómo el arte puede ser una herramienta para abordar conflictos, crear comunidad y promover una cultura de paz.
Para Paola Zavala Saeb, subdirectora de Vinculación y Comunidades del CCUT, durante los seis años de existencia de los Laboratorios “hemos descubierto, de manera comunitaria, que las artes nos permiten gestionar emociones, mediar intereses y reunirnos en espacios donde la inventiva y el disfrute fortalecen los lazos sociales”.
A decir de Zaira Ramos Cisneros, coordinadora de estos espacios, la intención es utilizar las prácticas artísticas y culturales como herramientas para fomentar la convivencia. Por lo mismo, planteó, para crear nuevas narrativas es crucial desmontar aquello que perpetúa las violencias, estigmatiza y discrimina.
Los Laboratorios de Paz, añadió Zavala, han trabajado con poblaciones diversas (desde infancias en situación de calle hasta trabajadoras sexuales) en el diseño de metodologías inclusivas que usan la música, teatro, exposiciones o la palabra como vehículos de transformación. “Nos llena de orgullo que la UNAM impulse una estrategia institucional de estas características. La agresión y el enojo son algo muy humano, pero necesitamos herramientas para gestionarlos desde edades tempranas. La idea es que nuestras metodologías sean reproducibles y que estén en línea para que artistas, docentes o gestores culturales, en cualquier parte, puedan adaptarlas y construir, desde lo local, un movimiento nacional de paz con las juventudes”, añadió la también fundadora de los Laboratorios.
El taller de son jarocho feminista, más que un ejercicio puntual, es parte de una apuesta más amplia por resignificar lo cultural desde la inclusión, la memoria y el gozo compartido, porque cantar, bailar y versear son formas de sanar, y porque cuando las tradiciones se abren al presente, el arte se vuelve un camino hacia un futuro más justo.
“No todos los sones jarochos tienen narrativas violentas, pero sí una perspectiva masculina. Lo que queríamos era ampliar esa mirada y que las participantes vinieran, hablaran de sus vivencias e inquietudes y las volvieran canción a partir de música conocida. Las fiestas alrededor de las coplas, las jaranas y el requinto son una manera de disfrutar la vida alegremente, y esto es importante para construir la paz”, indicó Ramos.
Históricamente, se ha hablado, escuchado y vivido la perspectiva masculina, sostuvo la universitaria. Es crucial que las nuevas generaciones de niñas, adolescentes y mujeres sepan que también ellas pueden tocar una jarana o mandíbula de burra, cantar y desarrollar sus habilidades en espacios de convivencia más seguros y menos violentos.
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