Durante gran parte del siglo XX, la novela negra se identificó con detectives masculinos de gabardina, policías corruptos, gánsteres violentos y autores varones que narraban esos mundos oscuros. El canon parecía cerrado. Pero, contra todo pronóstico, fueron las escritoras quienes lograron abrir nuevas puertas en el género. Con discreción, pero con un talento devastador, introdujeron matices psicológicos, giros inesperados y, sobre todo, una mirada distinta hacia el crimen y sus protagonistas.