Antes de que termine octubre, cuando el día 12, antes se celebraba el Día de la Raza con el descubrimiento de América, después se le llamó Día de la Hispanidad y ahora que no se le reconoce, vale la pena recordar una curiosidad histórica.
Cristóbal Colón descubrió América el 12 de octubre de 1492, al llegar a una isla del Caribe, creyendo haber alcanzado Asia. Su viaje, apoyado por los Reyes Católicos de España, fue posible porque buscaba una ruta marítima occidental hacia Oriente, ante el bloqueo del comercio por tierra tras la caída de Constantinopla.
Cuando Cristóbal Colón zarpó del puerto de Palos en agosto de 1492, se enfrentó a una incógnita que muchas veces se pasa por alto: ¿Hacia dónde le guiarían las corrientes oceánicas?
En la época de la navegación a vela, los barcos no podían elegir libremente su ruta, sino que debían conocer los vientos y las corrientes marinas, pues meterse en una ruta equivocada podía hacer muy difícil salir de ella. Y en este caso, el problema era que se adentraban en un océano prácticamente desconocido para los europeos.
En aquella época, los marinos conocían ya algunos patrones del Atlántico norte, sobre todo gracias a los viajes portugueses por la costa africana.
Colón, quien había navegado en expediciones portuguesas, sabía que los vientos alisios y las corrientes superficiales podían servir de guía. Por eso decidió navegar primero hacia el suroeste desde las Canarias, siguiendo el flujo natural de los alisios del noreste y la corriente del Atlántico Norte, que fluye hacia el Caribe (aunque en ese momento él pensaba que se dirigía hacia Asia).
La elección se demostró acertada, aunque también fue arriesgada. Una vez en alta mar, la expedición fue literalmente arrastrada por ese inmenso río oceánico. Muchos marineros empezaron a inquietarse al ver que el viento nunca cambiaba y entre la tripulación se extendió el rumor de que se habían adentrado en un mar maldito del que nunca podían regresar. Colón sabía que los mismos mecanismos naturales que le empujaban hacia el oeste podían traerlo de vuelta… pero antes tendría que encontrar la forma de “subirse” a la corriente contraria.
El regreso fue posible gracias al giro subtropical del Atlántico Norte, una gigantesca circulación en forma de óvalo que aún hoy siguen los barcos y los huracanes. Cuando Colón decidió volver, subió hacia el norte buscando los vientos del oeste y la corriente del Golfo, que fluye en sentido opuesto.
Así logró llegar a las Azores y, finalmente, a Europa. Sin saberlo, había descubierto que el Atlántico fluía en un sistema de corrientes circulares que conectaba ambos lados del océano.
De acuerdo al portal Historia de National Geographic, ese descubrimiento definió las rutas marítimas de los siglos siguientes. Los navíos que viajaban a América siguieron ese mismo patrón que era bajar hacia Canarias o Cabo Verde para cruzar el Atlántico y subir hacia el norte para regresar. La llamada Ruta de los Vientos se convirtió en la autopista marítima del comercio transatlántico durante siglos, hasta que los barcos a motor fueron lo bastante potentes como para marcar un rumbo sin depender de las fuerzas de la naturaleza.
Lo fascinante es que Colón no conocía la dinámica oceánica a nivel científico, su éxito se basó en la observación empírica y en la intuición, anotaba el color del agua, la presencia de algas o la dirección del viento para deducir corrientes invisibles. En su diario mencionó el Mar de los Sargazos, un inmenso remolino cubierto de algas flotantes donde las aguas parecen quedarse quietas, pero que en realidad es el corazón de ese giro oceánico.
Con el tiempo, la ciencia confirmaría lo que los marinos del siglo XV habían descubierto a base de experiencia que los océanos funcionan como una maquinaria viva, impulsada por la rotación terrestre, los vientos y la diferencia de temperatura entre el ecuador y los polos. Hoy, entender estos mecanismos sirve para un propósito distinto: entender cómo cambian las dinámicas oceánicas a causa del cambio climático y lo que puede pasar si ese enorme sistema hidráulico llegase a detenerse.
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