El próximo domingo se cumplen 57 años desde que cinco trabajadores universitarios fueron acorralados por una turba enrarecida y manipulada. Los sometió y linchó en la junta de auxiliar de Canoa, en donde dos de las víctimas murieron y tres mas resultaron gravemente heridos.
El ritual sangriento de aquel 14 de septiembre de 1968 en Puebla fue el acto inaugural de un oscuro periodo en un país que persiguió y asesinó a sus estudiantes, como sucedió en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco dos semanas y días después, el 2 de octubre de aquel año.
Lo sucedido en Canoa y en Tlatelolco fue el resultado de la ignorancia frente a manifestaciones legítimas de jóvenes que buscaban ensanchar el cause democrático frente a un aparato de Estado monolítico a insensible ante expresiones pertinentes sobre la necesidad de establecer lazos de interlocución.
Dos figuras fueron determinantes en esa época, la del párroco católico Enrique Meza, responsable de haber alentado a los pobladores de Canoa de la presencia de un grupo “comunista”, responsable de robarse a los niños del poblado y de influir entre la gente para abrazar la causa de la izquierda.
La otra figura clave en el desenlace del 2 de octubre de 1968, el presidente Gustavo Díaz Ordaz, un priista salido de Chalchicomula de Sesma para ocupar al cabo de su gobierno un lugar de oprobio en la historia del país, acaso valorado por un grupo de conservadores a ultranza.
Conviene hacer notar las diferencias históricas entre esa época y el momento que se vive en Puebla y México. Ignorar los matices del pasado con el presente no solo resulta injusto para quienes fueron víctimas de ese totalitarismo, sino un acto frívolo por que se invoca innecesariamente un tramo de la historia que se produjo por una circunstancia diametralmente diferente.
Un grupo de jóvenes estudiantes universitarios escenificaron un montaje en la vía pública para demandar democracia y ya montados en el tren, dijeron evitarían otra matanza como la que sucedió aquel 2 de octubre en un arbitrario lance que no hizo sino exhibir su ignorancia.
Sin proponérselo se colocaron en la misma línea discursiva de quien desde el oportunismo de la derecha acusa una inexistente represión o violaciones a la libertad de prensa o de expresión.
La violencia institucional que muchos jóvenes de ese 1968, que por estos días andan en los ochenta años, fueron perseguidos, torturados y en algunos casos, muertos en separos de las corporaciones policiacas o paramilitares en manos de un régimen en esta época, que tenía nombre y apellido: Partido Revolucionario Institucional.