El mito se derrumba: pierde el “animal” el control del dinero, enemigos y relato

Por claudia , 21 Diciembre 2025

Los audios que hoy circulan en redes ya no solo exhiben a Miguel Ángel Celis Romero; terminan de desmantelar el mito que él mismo construyó durante años para intimidar, manipular y operar desde el miedo. En esas grabaciones no hay poder real: hay un personaje inflado por su propio discurso, alguien que exageró influencias, enemigos y recursos ilícitos para sostener una ficción de control que hoy se le cae encima.

La avalancha de audios es reveladora por sí misma. Circulan audios y más audios y el patrón es claro: Miguel perdió el control ya que el mismo inicio esta guerra de audios. Perdió el control del dinero, de los enemigos y, sobre todo, del relato. Tan evidente es el desorden que alguien se dio a la tarea de abrir una cuenta de TikTok “@elmatracas38” donde se publican supuestos audios del Animal y de su abogado. Verdaderos o no, el punto es otro y más grave: la narrativa ya no le pertenece. Cuando el personaje pierde el monopolio del miedo, el ruido se vuelve incontrolable.

En varios audios, Miguel presume y amenaza. Menciona directamente al ex fiscal general Gilberto Higuera Bernal y al ex fiscal Tello, asegura que los va a “meter a la cárcel”, calificándolos de corruptos y de “narcos”, como si él fuera el árbitro moral del sistema.

No habla como un ciudadano defendiendo derechos; habla como alguien que cree que la ley es una ficha negociable.

El retrato se vuelve todavía más crudo en otra grabación, donde reconoce, sin pudor, que “le pegó por la espalda” al ex fiscal general Higuera, y remata con una frase que define su lógica: “en Tehuacán hay muchos huevos”. No es retórica política; es lenguaje de intimidación, de fuerza bruta, de traición como método. Así entendía el poder el Animal.

Ese mismo patrón aparece cuando infla ante su socio y su sobrino el supuesto actuar de Monina, construyendo un personaje sobredimensionado para sostener su narrativa de control.

Los audios sugieren que exageró deliberadamente ese papel, utilizando el miedo para engañar incluso a su propia sangre.

Todo esto ocurre después de la muerte de su hermano, en un contexto donde el engaño intrafamiliar adquiere una gravedad mayor: no es solo ambición, es abuso de confianza.

La historia se repite cuando se escucha a Miguel hablar de su situación jurídica como si siempre estuviera “apalabrada”. Ya había pasado antes. Cuando huyó por primera vez de la justicia, presumía acuerdos previos con el entonces fiscal Tello. No es un detalle menor: hace un par de años tenía otra orden de aprehensión activa en el ORPI encabezado por Tello, y aun así circulaba por las calles de Tehuacán libre e impunemente. El mensaje que vendía era simple: todo se arregla.

Durante meses, Miguel Ángel Celis presumió que metería a Tello en la cárcel, como si el futuro se dictara a golpes de voz. Pero los futuros siempre alcanzan, y esta vez alcanzaron primero a Tello. No por una conspiración, sino por su propio historial: la extorsión sistemática mediante carpetas de investigación fabricadas a modo, muchas de ellas heredadas del periodo barbosista, carpetas que el propio exgobernador había dejado inoperantes y que Tello rescató no para impartir justicia, sino para seguir extorsionando.

También lo alcanzó su fracaso como intermediario del “Animal” ante magistrados en Puebla. No logró intimidarlos. No funcionaron las llamadas amenazantes, ni los actos circenses de pasillo, ni las imágenes de chats truqueadas con las que intentó vender la falsa idea de que un magistrado ya estaba “comprado”.

Ese teatro jurídico tenía un solo objetivo: sacarle más dinero al “Animal”. La ironía es brutal: quien se presentaba como operador extorsionador terminó extorsionando al propio extorsionador. Y cuando el engaño se agotó, se cayó todo el montaje.

Hoy la pregunta es inevitable y contundente: ¿por qué ahora sí está en la cárcel Miguel Celis?

¿Se acabó el dinero ilícito para comprar voluntades?

¿Se rompió el mito que él mismo tensó?

¿O simplemente su socio y su sobrino se cansaron del engaño, apostaron por la vía institucional y le ganaron?

Los audios ofrecen una respuesta incómoda: su poder era más discurso que realidad. Infló nombres, exageró influencias, prometió cárceles ajenas y vendió una impunidad que no pudo sostener. Cuando el expediente avanzó sin ruido, el ruido dejó de servir.

Hoy el “Animal” ya no controla qué audios circulan ni desde qué cuentas. Guarda silencio, mientras otros administran su voz en redes. Y ese silencio pesa más que todos sus audios, porque confirma lo evidente: quien convirtió la amenaza en método terminó atrapado por sus propios actos.

Tehuacán presencia el colapso de una narrativa construida con miedo, dinero y fanfarronería. El mito cayó. El control se perdió. Quedó el derecho.
Y cuando el derecho habla, el “Animal” deja de rugir y empieza, inevitablemente, a rendir cuentas.

El cierre es inevitable y contundente como las rejas que hoy hospedan. Esta no fue una guerra provocada desde afuera ni una reacción defensiva: la inició Miguel Ángel Celis Romero cuando decidió filtrar el primer audio, aun a costa de exhibir a su propia esposa siendo llamada “zorra”, sin mostrar el mínimo reflejo de defensa o dignidad personal. Ese silencio no fue un descuido; fue una confesión. Reveló una conducta normalizada, oscura y profundamente utilitaria, donde incluso lo más cercano es prescindible si sirve para intentar dañar al otro. En términos empresariales y penales, el mensaje es claro: quien está dispuesto a sacrificar a los suyos para golpear, confirma que no tiene narrativa de fondo ni autoridad moral. Por eso esta estrategia de audios no construye defensa alguna; solo acelera su desgaste.

En los hechos, en los tribunales y en la opinión pública, el caso ya tomó rumbo: la justicia no se litiga con filtraciones, se resuelve con pruebas, y ahí es donde esta historia empieza a cerrarse para unos y a esclarecerse para otros.

 

 

clh

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