México.- En la década de los 90, la Ciudad de México era famosa por muchas cosas: su tránsito, su crecimiento desmedido y por tener uno de los aires más contaminados del planeta. A casi cuatro décadas de distancia los problemas no han desaparecido, sólo cambiaron de nombre.
“A finales del siglo XX respirábamos plomo, azufre y partículas suspendidas. Era una mezcla muy peligrosa que irritaba la garganta, te hacía toser y provocaba una bruma permanente”, recuerda Ricardo Torres Jardón, investigador del Instituto de Ciencias de la Atmósfera y Cambio Climático (ICAyCC) de la UNAM.
En aquella época —indica—, los principales contaminantes provenían de fuentes industriales y del uso de combustibles sucios. Entre ellos se contaban el plomo contenido en la gasolina, el dióxido de azufre emitido por la Refinería 18 de Marzo y las partículas suspendidas (PM10). “Para reducir sus niveles, se eliminó el plomo de las gasolinas, se cerró la refinería y se implementó el uso de gas natural en termoeléctricas”.
Pero la solución a este problema trajo otro: el ozono (O3) troposférico o superficial, un contaminante formado en la atmósfera por la reacción entre óxidos de nitrógeno (emitidos por autos) y compuestos orgánicos volátiles (presentes en solventes, gasolina y productos domésticos).
2024: el año del aire rebasado
Durante 2024, la Ciudad de México enfrentó un comportamiento atípico en cuanto a contingencias ambientales. “Dicho año hubo un número de contingencias fuera de lo esperado”, advierte Torres Jardón. Su equipo se dio a la tarea de evaluar esta situación con un enfoque más amplio, incorporando mediciones de distintos tipos de contaminantes.
Los resultados fueron alarmantes: en la llamada “temporada de ozono” (de marzo a mayo), prácticamente a diario se rebasó la norma oficial de calidad del aire. En las gráficas elaboradas por los universitarios, la línea que marca el límite permitido aparecía casi siempre por debajo de los picos de ozono. “Sólo tres días estuvieron dentro de los parámetros. El resto excedía el valor que, dice la norma, es un riesgo para la salud”.
Algo que subraya el también responsable del Grupo de Fisicoquímica Atmosférica del ICAyCC, el principal responsable de este exceso de O3 no fueron los vehículos, como podría pensarse, sino la emisión de compuestos orgánicos volátiles (COV) provenientes de gasolineras, solventes industriales y productos domésticos.
Aunque por norma todas las estaciones de gasolina deberían tener sistemas para evitar la emisión de vapores en la carga de combustible, estos no funcionan de forma adecuada. Tampoco hay regulaciones para la formulación de limpiadores y solventes, los cuales se venden libremente y liberan químicos que favorecen la formación de O3. “México no tiene regulación sobre la composición de estos productos y eso representa una emisión descontrolada de precursores de ozono”.
El ozono troposférico es un gas invisible que irrita las vías respiratorias; que agrava enfermedades pulmonares y cardiovasculares, y que puede afectar el sistema nervioso e intestinal si la exposición es prolongada. “Es un contaminante que no se ve, pero que daña a quienes tienen asma, alergias o enfermedades crónicas. Ahora sabemos que también afecta a órganos como el intestino y el cerebro”, detalla el universitario.
El Hoy No Circula
El programa Hoy No Circula, puesto en marcha en 1989, fue útil para reducir las emisiones de plomo y monóxido de carbono, pero hoy su efectividad es cuestionada. “Con la flota actual de más de cinco millones de autos (muchos con convertidor catalítico), su impacto es menor. Incluso hay días en que, aplicarlo, aumenta los niveles de ozono porque se altera la proporción de las concentraciones de sus precursores a una condición química que favorece esta formación en el ambiente”, explica.
Además —continua Torres Jardón—, el programa no contempla factores hoy más relevantes como el crecimiento del transporte de carga (no regulado) o la gasolina con aditivos oxigenados no adecuados para los motores actuales y que contribuyen a la formación de ozono.
¿Qué hacer?
El equipo de Ricardo Torres propone reorientar las estrategias de control hacia donde están las emisiones (gasolineras, transporte de carga, formulación de productos domésticos y regulación de solventes industriales), y recomienda echar mano de herramientas de prevención como la aplicación móvil AireCDMX (de la Secretaría del Medio Ambiente), que permite consultar en tiempo real la calidad del aire para tomar decisiones informadas (en especial las personas vulnerables). “La ciudadanía puede ayudar evitando salir a hacer ejercicio en horas pico de contaminación, usar menos el automóvil y elegir productos más armónicos con el ambiente. También es crucial que las autoridades actualicen las políticas ambientales conforme a lo que dice la ciencia. La solución no sólo es técnica, sino cultural: cada quien puede tomar decisiones que favorezcan el tener un aire cada vez más limpio”.
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