Septiembre de 1985, los universitarios dejaron sus recintos y ayudaron a la gente

Por marcoa , 19 Septiembre 2025
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La respuesta de su comunidad fue inmediata y se extendió en las más diversas labores, como distribución de medicamentos, víveres, agua potable y ropa, así como traslado a albergues
Cuerpo de la Nota

México.- El jueves 19 de septiembre de 1985, a las 7:17:59 de la mañana, hora del centro de México, comenzó el rompimiento de una gran falla de aproximadamente 200 kilómetros de longitud en los límites en donde la placa Norteamericana subduce la de Cocos.

La fractura provocó que poco después, a las 7:19 horas, se registrara un sismo de magnitud 8.1, con duración de poco más de dos minutos, según el Servicio Sismológico Nacional.

El epicentro se ubicó en las costas de Michoacán, a una profundidad de 15 kilómetros, y las ondas expansivas golpearon rápidamente y sin aviso (no había protocolos de alertamiento) al centro, sur y occidente del país, siendo Ciudad de México la más devastada.

Al día siguiente, la noche del viernes 20 de septiembre, se registró un segundo sismo de magnitud 7.6 que terminó por derrumbar al menos 20 edificios más que ya estaban fracturados por el primer episodio.

El movimiento telúrico dejó más de 30 mil heridos, 150 mil damnificados, 30 mil viviendas destruidas y más de 60 mil con graves daños cuantificados en 4 mil 100 millones de dólares.

La cifra oficial fue de 6 mil muertos, aunque el Servicio Sismológico Nacional estimó hasta 40 mil.

Siempre cerca

Hace 40 años ya de este suceso en el que la respuesta de la UNAM y de su comunidad fue inmediata.

Fiel a su espíritu nacional y compromiso social, más de 7 mil universitarios entre académicos, estudiantes y trabajadores dejaron sus recintos para trasladarse a donde la gente los necesitaba.

Por instrucciones del rector Jorge Carpizo MacGregor, la entonces Dirección General de Servicios Médicos, encabezada por Alfonso Millán, fue la asignada de coordinar las labores de auxilio, y exhortó a los universitarios a no flaquear y sumarse a la urgencia.

Desde el primer momento se empezaron a organizar grupos de voluntarios provenientes de las facultades de Medicina y de Medicina Veterinaria y Zootecnia, a los que se fueron agregando más.

La Universidad concentró sus esfuerzos en los albergues establecidos y en los puestos de socorro en donde se proporcionó atención médica en las diferentes especialidades, a la vez que se contribuyó en los servicios de abasto en la medida de sus posibilidades.

Por medio de Radio UNAM se mantuvo a la población informada de las medidas preventivas a seguir.

Así se integraron las primeras brigadas compuestas de entre 20 y 30 personas que, con palas, picos y marros, se abocaron a lo urgente: la búsqueda y salvamento de personas atrapadas bajo los escombros; a la ayuda y apoyo a los damnificados, y con los recursos disponibles, brindaron todo tipo de asistencia solidaria a la población conmocionada.

Con el alma por delante, los voluntarios auxiliaron sin equipamiento adecuado como guantes, cascos o lentes de protección; apenas con cubrebocas para evitar el polvo y el olor a muerte que comenzaba a percibirse.

Colapsaron las líneas telefónicas, extensas zonas afectadas se quedaron sin luz eléctrica, se prohibió encender velas por temor a las fugas de gas.

Tampoco había agua corriente en los hogares, mucho menos para beber (la industria del agua embotellada no existía) y el transporte público dejó de operar.

El suministro de alimentos escaseaba y la comida almacenada se echaba a perder a falta de refrigeración.

La gente acampaba afuera de sus casas por temor a las réplicas o estaba temerosa de las condiciones estructurales de su habitación. En las noches, oscuridad total.

Más manos…

La ayuda universitaria se extendió en las más diversas labores como atención médica y psicológica; la distribución de medicamentos, víveres, agua potable y ropa; traslado a albergues; aplicación de vacunas para evitar epidemias y de análisis bacteriológicos a los alimentos perecederos.

Las facultades de Ingeniería y Arquitectura desplegaron inspecciones y dictámenes de los inmuebles de las zonas de desastre; estudiantes de Medicina recolectaron sangre y plasma, fumigaron zonas afectadas; se atendieron fugas de gas y prevención de incendios; se repararon equipos médicos; se compartieron instrumentos tecnológicos y de comunicación; pusieron a disposición vehículos oficiales (patrullas, ambulancias y de bomberos); hicieron un padrón de víctimas y desaparecidos, y participaron en la recuperación, traslado e incineración de cuerpos.

La publicación habitual de Gaceta UNAM se mantuvo, y siete días después de la tragedia, el jueves 26 de septiembre (octava época, volumen 1°, número 43), se publicó una edición monotemática de las labores de socorro emprendidas por la Universidad y en la que el rector Carpizo detalló las acciones realizadas a una semana de los hechos.

“Se encuentran trabajando en auxilio de las víctimas más de 7 mil universitarios; 852 brigadas, formadas cada una por un número variable de personas, han proporcionado ayuda en el rescate y atención médica a mil 402 heridos, y tratamiento psicológico y psiquiátrico a 734 afectados más”, decía el mensaje, y agregaba: “Pasantes, maestros y profesionales de las áreas de ingeniería y arquitectura inspeccionaron y dictaminaron sobre el estado de 416 inmuebles. Además, elaboraron manuales para uso de los inquilinos de las zonas más dañadas”.

El Rector también informó sobre la distribución de medicamentos por medio de 132 brigadas, y 16 ocupadas en la de plasma y sangre.

Se entregaron mil 37 cajas de medicinas en puestos de socorro y se canalizaron 3 mil 858 donantes de sangre y plasma.

Además, se hicieron llegar a los damnificados 9 mil 322 cajas con alimentos, mil 851 recipientes con agua potable, así como 260 metros cúbicos de ropa de cama y de vestir.

Ciento ochenta universitarios ofrecieron información técnica en materia de salubridad y servicios hospitalarios, y otros 648 sirvieron de enlace entre damnificados e instituciones de asistencia social, con sus familiares y amigos.

Se instalaron 14 módulos de información que, a partir de seis listas oficiales de muertos y heridos, integraban la de desaparecidos. En esta labor se atendieron en una semana alrededor de 12 mil llamadas telefónicas.

Carpizo MacGregor subrayó que la institución no podía estar ajena a la tragedia que vivía la nación y enfatizó que se guardaría un fiel compromiso con la sociedad que la nutre y sostiene.

“La Universidad ha puesto todo su potencial técnico y científico, así como el esfuerzo generoso de los miembros de su comunidad, al servicio de la población afectada por los siniestros”.

Por instrucciones del Rector, todas las dependencias de la UNAM tenían la libertad de usar al máximo sus recursos en la medida de sus capacidades y de acuerdo con la especificidad de sus áreas, cumpliendo con sus deberes para con la nación.

El sismo del 85 sigue siendo un recordatorio de la importancia de la preparación ante desastres y la resiliencia de la sociedad mexicana frente a la adversidad.

Su memoria perdura en la cultura y la historia del país, influyendo en las políticas de gestión de riesgos y en la conciencia sobre la seguridad sísmica.

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Foto Archivo Gaceta UNAM

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Septiembre de 1985, una fecha que marcó a millones de mexicanos.
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