México.- “Se tiende a vincular el alzhéimer con el inicio de una pérdida en la memoria; no obstante, el paciente puede tener depresión, problemas de lenguaje, juicio disminuido, no puede relacionar un objeto con la palabra adecuada y puede presentar alteraciones visoespaciales, se puede extraviar y no reconocer cómo regresar a su casa”.
Lo anterior lo expresó Clorinda Arias Álvarez, del Instituto de Investigaciones Biomédicas de la UNAM, en el contexto del Día Mundial de esta enfermedad que tuvo lugar el pasado domingo 21 de septiembre.
La científica, quien tiene cerca de 40 años dedicada a la investigación sobre alzhéimer, precisó que uno de los mitos más comunes es creer que ese padecimiento únicamente implica olvidar cosas.
Indicó que dicho mal no es una consecuencia de la edad, aunque se asocia mucho a la vejez, sino que es un padecimiento crónico, complejo y multicausal que no sólo afecta la memoria, sino múltiples dimensiones de la vida de una persona y su entorno familiar.
Arias Álvarez lamentó que esta enfermedad sea objeto de estigmatización y banalización en la cultura popular, que expresiones como “ya me está dando alzhéimer” se usen a la ligera (no todo olvido lo es), pues “este tipo de comentarios retrasa el conocimiento profundo de lo que es el padecimiento”.
El impacto global de este mal es alarmante. “Hoy se calcula que hay alrededor de 50 millones de pacientes en el mundo y este número podría triplicarse para 2050, alcanzando los 150 millones”, señaló Clorinda Arias. En México, las cifras también preocupan: “Se estima que aproximadamente un millón 300 mil personas padecen la enfermedad, según la Secretaría de Salud. Casi el 8 % de las personas mayores de 60 años padece algún tipo de demencia y en 80 % de los casos se trata de alzhéimer”.
La investigadora puntualizó que anteriormente la mayor parte de los enfermos estaban en las naciones de mayores ingresos, como Estados Unidos y Europa; pero ahora la incidencia está en los menos desarrollados; en las otras naciones disminuyó por la reducción poblacional y las estrategias preventivas que han adoptado.
Más allá de los números, la universitaria enfatizó el impacto devastador que el diagnóstico tiene en el núcleo familiar: “El paciente pierde su historia de vida y, en algún momento, puede no reconocerse a sí mismo. Es muy desesperante y doloroso. Los cuidadores requieren mucho apoyo institucional y gubernamental, porque el estrés constante al que están sometidos termina por afectar su propia salud”.
Factores de riesgo y hábitos protectores
La universitaria relató que padecimientos como hipertensión, diabetes, obesidad, pérdida de audición o visión, aislamiento social, tabaquismo, consumo excesivo de alcohol, dieta rica en ultraprocesados, contaminación ambiental y sedentarismo son identificados como factores de riesgo en cuanto a la posibilidad de desarrollar la enfermedad.
“Se estima que si prevenimos varios de ellos podríamos reducir en 30 % el riesgo de padecer dicho mal”. Un estilo de vida saludable –dieta balanceada, ejercicio, sueño adecuado, estimulación cognitiva y relaciones sociales activas– es esencial para mantener un cerebro sano. Sólo el 1 % de los casos es genético, causado por mutaciones en tres genes específicos.
A pesar de que no hay cura, los avances científicos abren nuevas perspectivas. “Hay biomarcadores que ahora pueden detectarse, incluso en sangre, para un diagnóstico temprano, lo cual ayuda a implementar estrategias que retrasen el deterioro”.
También destacó investigaciones recientes con anticuerpos para frenar la acumulación de proteínas dañinas en el cerebro, aunque su efectividad aún está a debate.
El laboratorio de Clorinda Arias contribuye a esta búsqueda global. Su equipo estudia cómo las dietas altas en azúcares y grasas saturadas alteran procesos bioquímicos vinculados a la enfermedad. Además, está el proyecto innovador dirigido por César Espino de la Fuente, quien “investiga el trasplante de mitocondrias sanas a neuronas para mantenerlas activas por más tiempo”. Este tipo de estrategias podrían abrir caminos para nuevas terapias.
Para la especialista es esencial cambiar la mirada social hacia quienes padecen la enfermedad: “Ese papá o esa mamá siguen siendo seres humanos con derechos que requieren apoyo y que independientemente de las condiciones cognitivas en las que se encuentran deben ser tratados con el mayor respeto, dignidad y ofrecer condiciones de atención adecuada”.
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