México.- Aunque nuestra especie es producto de un largo proceso evolutivo, es importante reconocer que no podemos dejar de lado las fuerzas profundas que actúan en nuestro planeta. Durante millones de años, la tectónica de placas no solo ha esculpido montañas, abierto océanos y desencadenado terremotos, sino que también ha configurado climas, ecosistemas y, sorprendentemente, el rumbo evolutivo del ser humano.
Desde los primeros pasos de los bípedos en el Valle del Rift en el este de África hasta el surgimiento de civilizaciones asentadas en fértiles tierras volcánicas, los movimientos de la corteza terrestre han sido un motor silencioso pero decisivo en nuestra historia.
Sin los cambios geológicos ocurridos durante millones de años, es probable que los primeros homínidos nunca hubieran desarrollado la capacidad de adaptarse, cazar, pensar o sobrevivir.
La influencia de la tectónica de placas en la evolución humana
En esta ocasión, el maestro en Ciencias de la Tierra por el Instituto de Geología de la UNAM, Agesandro García Arriola, explicó en la conferencia “La influencia de la tectónica de placas sobre la evolución humana” cómo los movimientos del planeta moldearon nuestra evolución.
García Arriola inició su ponencia explicando que las placas tectónicas son enormes fragmentos en los que se divide la litosfera. Estas placas, que se desplazan sobre una capa viscosa llamada astenósfera, se mueven lentamente a través de un fenómeno conocido como corrientes de convección, generado por el calor interno del planeta. Dichas corrientes empujan las placas, causando terremotos, montañas y volcanes. Pero no solo eso: estos procesos también han influido en el clima global y jugado un papel central en la evolución de los seres humanos.
“Estos cambios tectónicos y climáticos fueron decisivos. El clima, el entorno, la disponibilidad de recursos… todo estuvo condicionado por el movimiento de las placas”, afirmó García Arriola, destacando cómo el pulso profundo de la Tierra marcó el rumbo de la evolución humana.
Uno de los eventos geológicos más importantes para la humanidad fue la colisión de la placa India con la placa Euroasiática, que dio origen a la cordillera del Himalaya.
Al erosionarse, estas montañas favorecieron la captura de dióxido de carbono de la atmósfera mediante la meteorización de silicatos, lo que redujo el efecto invernadero y contribuyó al enfriamiento global.
África, entonces un continente boscoso y húmedo, fue volviéndose progresivamente más seco y árido, lo cual favoreció la aparición de praderas y sabanas.
El Valle del Rift, clave en la evolución humana
Este cambio en el paisaje africano obligó a muchas especies a adaptarse, incluidos los homínidos, que comenzaron a caminar erguidos para ver por encima de la hierba, recorrer largas distancias en busca de alimento y, en algún momento, crear herramientas. Sin embargo, este apenas fue un paso dentro del complejo escenario de la evolución humana. Debajo de África también ocurría un cambio tectónico crucial.
Hace entre 25 y 30 millones de años, la placa africana comenzó a fracturarse, lo que dio origen al Gran Valle del Rift, una grieta de casi 4 mil kilómetros de longitud que aún hoy divide al continente en dos subplacas tectónicas: Nubia y Somalia. Esta ruptura, ocasionada por el ascenso de material caliente desde el manto terrestre, generó una cadena de fallas, lagos y montañas que transformaron radicalmente el paisaje africano.
“Se forma un rift, una gran ruptura geológica donde las placas comienzan a separarse y se crea lo que conocemos como un punto triple”, explicó el maestro García Arriola, en referencia a la intersección entre el Mar Rojo, el Golfo de Adén y el Valle del Rift.
Mientras los mares se abrían y las montañas se elevaban, en África también comenzaba a gestarse una de las historias más trascendentes: la evolución de los primeros homínidos. De hecho, el Valle del Rift es considerado la cuna de la humanidad porque en esta región se han encontrado algunos de los fósiles más antiguos, como Australopithecus afarensis (“Lucy”, en Etiopía), Homo habilis (en Tanzania) y Paranthropus boisei (en la Garganta de Olduvai, Tanzania).
Otros escenarios moldeados por las fallas
El Valle del Jordán, que forma parte de la Gran Falla del Rift —la cual se extiende desde África hasta Siria—, es una zona tectónicamente activa y otro ejemplo de cómo las fallas tectónicas pueden influir en el desarrollo de la humanidad.
Esta falla creó un corredor geográfico natural que formó parte de la ruta migratoria y de intercambio cultural entre África y Eurasia. Además, la actividad geológica y el cercano río Jordán produjeron suelos fértiles, lo que contribuyó al surgimiento de algunas de las primeras civilizaciones agrícolas en la región del Creciente Fértil, como Mesopotamia, Canaán y Egipto.
Por otro lado, la Falla de Anatolia, en Turquía, también ha sido clave en el modelado geográfico y cultural de la región. Su actividad contribuyó a la formación de valles y cuencas fértiles en las que florecieron civilizaciones como la hitita, la griega y la bizantina. También generó pasos naturales que facilitaron rutas comerciales y migratorias, siendo parte importante del trazado de la antigua Ruta de la Seda.
La relación global entre tectónica de placas y asentamientos humanos
Con base en lo anterior, García Arriola afirmó que no es coincidencia que la mayoría de los primeros asentamientos humanos y civilizaciones hayan surgido cerca de los límites de placas tectónicas. Aunque estos entornos son geológicamente inestables, también ofrecen condiciones excepcionales para el desarrollo humano.
En los márgenes de las placas tectónicas ocurren procesos que han sido fundamentales tanto para la evolución biológica como para el surgimiento de la cultura y la civilización, tales como:
- Actividad volcánica, que crea tierras muy fértiles, ideales para la agricultura.
- Formación de ríos, manantiales geotérmicos y lagos.
- Aparición de pasajes naturales (valles, fallas, corredores geográficos) que facilitan la migración, el comercio y el intercambio cultural.
“En México, por ejemplo, la Faja Volcánica Transmexicana, producto de la subducción de las placas de Cocos y de Rivera bajo la placa de Norteamérica, ha configurado zonas volcánicas fértiles. Los volcanes arrojan mucho material que puede ser un excelente fertilizante para la agricultura. Con esto confirmamos que los territorios cercanos a los límites de placas ofrecen grandes oportunidades”. —Agesandro García Arriola, maestro en Ciencias de la Tierra, Instituto de Geología, UNAM.
Además de suelos fértiles, estas regiones suelen contar con una gran biodiversidad y disponibilidad de recursos geotérmicos, lo que representa un potencial adicional para el desarrollo sustentable de las comunidades locales.
Un factor fundamental para la historia humana y ambiental
La tectónica de placas, más allá de ser un fenómeno geológico, ha sido un factor clave en la historia evolutiva y cultural del ser humano. Desde la formación de paisajes que condicionaron el desarrollo físico de los homínidos hasta la creación de entornos propicios para la agricultura y el asentamiento humano, el movimiento de la Tierra ha influido silenciosamente en quiénes somos y cómo vivimos.
Comprender estas conexiones nos permite apreciar no solo la fragilidad de nuestro entorno, sino también la profunda relación entre la vida y la dinámica del planeta que habitamos.
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