En Televisión Azteca existe un departamento de auditoría de imagen convertido en el verdadero poder que decide por encima de directores de sus filiales y jefes de noticias la línea editorial, contenidos y quien merece estar sentado frente a cámaras para ser entrevistado.
No es un asunto de interés público, ni rigor periodístico, sino que suene la caja registradora para tributar al usurero del Ajusco, Ricardo Salinas Pliego, el petulante aspirante a la Presidencia de México que desde su local lanzó una campaña mediocre en Puebla.
En Puebla como en el resto del país, no hay un solo entrevistado que haya aspirado a un cargo público, o político; presidente municipal o legislador que no haya vivido la experiencia de llegar a los estudios y esperar la autorización para entrar a entrevista en algunos de los programas de televisión, previo pago por adelantado.
La última referencia que el columnista tiene es que por una entrevista de cuatro minutos en la filial de Puebla, el candidato o servidor público debía desembolsar 50 mil pesos. Esa tarifa puede ser mayor según el criterio discrecional de la televisora que por estos días se dijo comprometida con la verdad y portavoz de la ciudadanía.
Hace diez días transmitió a través de ADN Noticias, la filial de la televisora, convertida en órgano de propaganda de los grupos mas reaccionarios en el país, un reportaje de mala hechura, pero rodeado de lugares comunes sobre las propiedades de José Luis García Parra, el coordinador del Gabinete estatal.
Era quizá la forma de advertir la apertura de las hostilidades del Grupo Salinas a quien aún en mayo de este año se le recibió en el Auditorio Metropolitano para celebrar su Festival de las Ideas que nació con el nombre de Festival de las Ideas hasta que su curador, Andrés Roemmer fue descubierto como un depredador sexual.
Es preciso citar esa forma particular de ver por la audiencia que enarbola TV Azteca; en realidad tiene en el trasfondo un interés que se ubica muy lejos de las formas legítimas de hacer un periodismo con vocación social, como lo hacen en otras televisoras del mundo con las mejores prácticas periodísticas.
Lo que ahora se puede ver no es sino la larga lista de acontecimientos que definen con claridad qué es el engendro de los Salinas -Ricardo, el usurero; Salinas, el expresidente que puso en sus manos lo que fue Imevisión; y el otro, Raúl Salinas, el financiero para la compra de los medios públicos-.
No se debe olvidar el día que el usurero del Ajusco desde el púlpito en que convirtió la televisora exigió la renuncia de una autoridad por la que los capitalinos habían votado en las urnas: Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, el Jefe de Gobierno de la capital por la ejecución de Paco Stanley y del que luego trascendió, era un cocainómano al servicio de un cártel.
Entre 1995 y 1997 la televisora de quien se llena la boca con un conjunto de supuestos valores puso al aire un programa que exaltaba el morbo: “Ciudad desnuda”. Se conformó un equipo de reporteros, productores y editores dedicados a escudriñar en los sentimientos de quienes habían perdido familiares, amigos o esposa, esposas en condiciones trágicas.
El equipo aquel tenía a dos conductores, Rocío Sánchez Azuara y Eduardo Blancas que ante el cúmulo de montajes para atraer audiencias debió salir del aire cuando el expresidente Ernesto Zedillo Ponce de León pidió su cancelación.
LMR